¿Qué siento?
No lo sé.
¿Me importa?
Aun lo dudo.
Quiero llorar, gritar, romper todo, sonreír, bailar, cantar, ser yo... Siento una impotencia que me atenaza el pecho y realmente, no sé que decir, qué hacer, qué pensar. ¿Por qué? Quizá sean las fechas. Crezco, me hago mayor, maduro y veo la vida como nunca la había visto. Cruel, perseverante, dolorosa, pero también alegre, simpática, dando oportunidades, aunque no a mí, ni lo es conmigo. El mundo se merece ser feliz, ¿verdad? Y esa felicidad, ¿sirve cuando te la arrebatan? Todos los días que has estado feliz, que has saltado, reído, que tu buen humor contagiaba a los demás. ¿Dónde ha quedado todo eso?
Porque la vida ya no es un cuento de hadas, y aunque los adultos se hayan adueñado de nuestra juventud, cegados por la peligrosidad de las calles o por la necesidad de tenernos controlados cada día, cada hora, cada minuto, seguimos siendo seres racionales, y seguimos viendo qué cosas van cambiando con el tiempo. Nosotros también cambiamos, a veces, para peor… ¿Y qué nos queda? Amigos, soledad, felicidad, sonrisas falsas, pensamientos confusos y sentimientos que nunca servirán para nada que no sea mortificarnos.
Y ahora dime… ¿Realmente ha merecido la pena todo el camino recorrido, todo el tiempo empleado, todas nuestras caídas, nuestras heridas, nuestro dolor, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, todo lo que hemos vivido? Entonces… ¡¡Qué el mundo siga en mi contra, que yo voy a seguir de pie!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario