Soy culpable.
O al menos, eso dicen. Me hace gracia.
¿Por qué?
Porque me consideran culpable por tropezar, por caer, por meter la pata, por aprender. ¿Y qué tiene eso de malo? ¡Y yo que sé! Si lo supiese, te lo diría, ¡pero es que no lo sé!
Me encantaría abrir las ventanas y dejar que entrase el aire. A ver, si así, tal vez, sus ideas se aclarasen. Pero intentar aclarar las ideas con una brisa es como intentar tocar la guitarra sin las seis cuerdas que la componen. Es como querer escribir sin un artilugio que te ayude. Es como querer coser un roto, sin tener el hilo.
He ido aprendiéndolo con el paso del tiempo. No importa cuán difícil la gente quiera hacértelo ver, al fin y al cabo, lo que acaba importando es lo que tú piensas y lo que tú haces. En definitiva, aquí sólo pinchas y cortas tú, que para algo es tu decisión la que cuenta, ¿no?
Entonces abre las ventanas si tan convencido estás, deja que entre el aire, deja que ellos se den de golpe con la realidad, pero no esperes que lo hagan ya. Hay veces en que las personas tendemos a formarnos nuestro propio muro de ideas, ese que nos impide ver los puntos de vista de las demás personas. Eso, especialmente eso, es lo que nos hace ser tan ignorantes y tan ciegos.
Luego meteremos la pata, porque acabamos metiendo la pata a todas horas, y fingiremos que no ha pasado nada, aunque nos cueste admitir que nos hemos equivocado. Somos orgullosos, ¡qué tierno! No.
Ser orgulloso no es bueno, ser un ciego, tampoco. Todo, absolutamente todo, nos lleva a desembocar en la misma solución: Los seres humanos somos ignorantes.
Y sí, he tropezado, caído, mentido... Pero a fin de cuentas, he aprendido. Y si aprendes, eres menos ignorante, menos ciego, menos orgulloso.
Así que, venga, dime.
¿Cuál es el punto en confesar pecados, cuando definitivamente, no has hecho ninguno?
Admitamoslo. No tengo nada que confesar.
Finally,
I can see, honestly,
I've got the guts to say anything.